LA
MUERTE
5:03 de la mañana. La estrella de rock duro,
Foxglove, despierta en la soledad de su apartamento. Hazle, su amante, pervive
en su amogotada mente. Foxglove es lesbiana, sí, pero debe ocultarlo, fingir;
toda su vida es un teatrillo de máscaras con ella bajo los focos, sintiendo el
calor halógeno sacudiendo sus mejillas.
De cómo interfecta esta vida fingida con la no-vida, con la interminable y
agotadora tarea de acompañar a aquellos que inician el último camino, de la más
hermosa de los eternos, Muerte, va esta historia de un tal Giman. Neil, por si
quieren llamarlo por el nombre.
Que Muerte es uno de los personajes más queridos por el público y más mimados
por el autor es un hecho. Giman está enamorado de esta jovencita que luce un
Ankh, la cruz egipcia símbolo de vida, sobre el pecho y tiende a desenvolverse
con humildad e inteligencia veladas de una sutil pátina de humor e ironía. El
concebir a Muerte, a su encarnación “física, si tal concepto puede aplicarse a
alguno de los Eternos, fue un gran acierto por parte de Gaiman y uno de los
puntales a la hora de que su gran saga “The Sandman”, avanzara en su camino
para convertirse en la novela gráfica más densa y premiada de todos los
tiempos. Dos mil y pico páginas dan para mucho.
En los dos volúmenes en solitario protagonizados por Muerte, Gaiman a optado
por reflejar la vida de los adolescentes y jóvenes, un universo al que es
peculiarmente afín la sensibilidad del autor. En el caso que nos ocupa, Gaiman
aprovecha la versatilidad que le ofrecen los tres autores encargados de dibujar
la historia: Chris Bachalo, Mark Buckingham (también entintador) y Mark
Pennington, para concebir un cómic de apariencia ligera, con una estructura muy
inglesa, aunque sin la rigidez total a la hora de definir el espacio que ocupa
cada viñeta rectangular, y muy sencilla, muy fácil de leer al vuelo, perfecta
para lo que pretende contarnos Gaiman en esta ocasión. ¿Y qué es?
Pues... Nada que no sepamos, en realidad, pero que siempre es conveniente
recordar. Desnudando el argumento de experimentos formales o de profundas
disquisiciones filosóficas, Gaiman se queda con la desnudez de la vida y de la
muerte, aplicando su talento como cuenta cuentos para recordarnos que, en la
arena que Destino ha tenido a bien concedernos, el primer y único objetivo
deseable es la felicidad. Y el amor.
La muerte no es siempre un obstáculo insalvable, parece decirnos Gaiman. Es la
vida el obstáculo con el que hay que aprender a tropezar día sí y día también.
La historia de Foxglove y Hazel, de cómo su amor se ve interrumpido en aras del
éxito y de qué manera pueden volver sobre sus pasos, a qué precio, conmueve por
su sencillez ya comentada y por su sinceridad, porque no aspira a dramatizar en
exceso lo cruel que tiene la vida y porque se permite observar cómo sus
pequeñas alegrías pueden contener un universo en su interior.